martes, 28 de septiembre de 2010

"La terquedad del ser"

Hay montones de papeles a un lado
y al otro palabras por escribir y cuestiones sin resolver,
ojalá la vida fuese tan fácil como un poema,
te hubiese llenado de versos hasta que me comprendieses,
hasta que te dieses cuenta de que no soy tan difícil como siempre te parecí,
al fin y al cabo tengo las cosquillas donde casi todo el mundo,
sobre las rodillas,
el caso es que sin tocarme conseguías hacerme reír.

Y después están los despueses,
ya sabes,
esos vacíos que no se consiguen llenar de nada
y que si soplas a través de ellos silban como las botellas de cristal.

¿Cómo decirlo sin que suene a eco?
Echo de menos tu playa, el paseo y el espigón desde donde me hablabas con los ojos.
A estas alturas no recordarás a qué te supo mi boca
ni cómo temblaba el libro que sostenía bajo el brazo la primera vez que nos vimos.

Este empeño en romper las promesas que me hago…

miércoles, 22 de septiembre de 2010

A mis veintinueve

A mis veintinueve años más una semana veo las cosas distintas que a mis veintinueve años menos una semana. No es que de repente me haya dado cuenta de que las copas de los árboles son azules cuando siempre pensé que eran verdes, no, no es eso, es un modo diferente de percibir las cosas.


¿Será que me estoy haciendo adulta? O tal vez sea todo lo contrario, que mientras mis miembros van madurando mi mente todavía sigue en edad pueril. Porque si de algo me he dado cuenta es que la adolescencia no es solo caras con granos, hormonas revueltas y ganas de practicar sexo hasta con las moscas.

El domingo me invitaron a un helado. Era un cucurucho de esos gigantes en los que te falta lengua y sobran goterones y chorretones para mancharte, de hecho, por más empeño que puse no pude evitar que una gota de helado de avellanas se estrellase contra mis converse violeta (que no son converse sino marca blanca como en mercadona). No sentí rabia, ni enfado, tal vez un poco ridícula por no saber controlar un simple helado, de dos super bolas, permíteme recalcar.

Pues el caso es que frente a mí en otra de las mesas había sentada una mujer. No supe calcular su edad, pero debía oscilar entre los treinta y siete y los cuarenta y cuatro. Estaba sentada sola, con cara de ilusión y un helado tan grande como el mío. Había algo en ella que me hacía sentir bien. Pronto me di cuenta de qué era. Llevaba trenzas. Una a cada lado, como llevan las niñas de cinco años… ¡y le quedaban tan bien! He de decir que no era precisamente un bellezón de mujer, pero sus ojos, su rostro desprendían luz. Entonces recordé que una vez le dije a quien fue mi pareja que el día que no tuviese edad para llevar trenzas me lo dijese, pero cuando vi a aquella mujer comprendí que no hay edad para dejar de llevarlas, que tampoco la hay para dejar de lamer helados, ni para dejar de sentarse en el suelo o hacer castillitos de arena a la orilla del mar, que la vida no se mide en años vividos sino en sueños que quedan por cumplir. Y envidié la ilusión de aquella mujer, la admiré y me sentí agradecida en ese momento por haberme cruzado con ella.

Lo bueno de ir cumpliendo años es que hay cosas que las percibes de un modo diferente, como con más claridad, o comprensión o como quieras llamarlo.

Y es que la vida viene a ser algo así como una película alemana en versión original y poco a poco los años le van poniendo subtítulos.

martes, 14 de septiembre de 2010

Será

Se deshacen los días,
ya no se van arrastrando por el suelo como solía ocurrir,
ya sabes,
cuando esperaba un milagro sentada con las manos sobre los ojos,
aquel mismo deseo que siempre pedía a las estrellas,
a las velas,
a las pelusas de los rincones de mi habitación.

Las cosas se viven de un modo distinto,
será que se acerca el otoño
y ni siquiera me parece otoño,
es solo una primavera tardía.

Podría decir que nunca me cansé de esperar
y que si alguien me prometiese un verano eterno
montaría guardia frente al horizonte

¿Qué hubiese sido de los lunes sin nosotros?

Pero ya no hay peros, ni papelitos donde ponga “vale por un beso”,
ni sonrisas dibujadas en un folio,
ni mensajes de madrugada.

Será que se acaba el verano
y por primera vez en mucho tiempo no siento el frío sobre la nuca.