No se trataba de coleccionar poetas a los pies de su cama porque ni siquiera era su cama, solo camas tibias, extrañas y con sabanas de colores estampados que nada tenían que ver con ella pero le hacían olvidar a qué olían las suyas.
Amó a todos y cada uno de ellos, hasta que se rompían como barcos de papel sobre el océano y desaparecían llevándose un pedacito de su pena y añadiéndo una muesca a su nuca.
Él solo quería lamerle las heridas , y así se lo dijo “ déjame lamerte las heridas”, y tenía una lengua tan cálida que ella dejó que tras las heridas siguiera lamiendo donde no dolía, así que abrió las piernas, cerró los ojos y tocó el cielo con la punta de las pestañas.