miércoles, 6 de noviembre de 2019

En clave de fa


Una vez,
tan solo una vez mi cuerpo fue guitarra entre sus manos.
Me acarició como hacía con ella,
con un arpegio intenso de sus dedos sobre mi piel 
y me convertí en madera y resonancia,
 en ritmo y melodía.
Bailamos como bailan los borrachos bajo la lluvia,
sin pensar en la pulmonía,  
en el remordimiento de la resaca que amanece con el sol ,
ignorando que no hay canción eterna.
Después me marché 
igual que se marchan las palabras que se dicen sin pensar,
con su sabor en mi boca,
su olor entre mi pelo
y la certeza de que nunca volvería a gemir en clave de fa.

martes, 8 de octubre de 2019

Gris



No tenía nada, 
estaba tan vacía que el viento silbaba a través de mí. 
Era la chica gris que lloraba tras la ventana 
cuando nadie miraba.
Entonces llegaron las estaciones, 
los trenes,los aeropuertos 
y el pellizco en el estómago que me gritaba ‘huye’,  
mientras mi mano asía con fuerza la maleta. 
No era más que despegar para volver a aterrizar 
sin ni siquiera haber atravesado las nubes.
Pájaro sin plumas remeras,
un boomerang que solo conoce el camino de vuelta a casa, 
la venda en los ojos, 
la culpa en la espalda, 
la morfina en el corazón.

viernes, 29 de marzo de 2019

Copenhague

No se trataba de coleccionar poetas a los pies de su cama porque  ni siquiera era su cama, solo camas tibias, extrañas y con sabanas de colores estampados que nada tenían que ver con ella pero le hacían olvidar a qué olían las suyas.

Amó a todos y cada uno de ellos, hasta que se rompían como barcos de papel sobre el océano y desaparecían llevándose un pedacito de su pena y añadiéndo una muesca a su nuca.

Él solo quería lamerle las heridas , y así se lo dijo  “ déjame lamerte las heridas”, y tenía una lengua tan cálida que ella dejó que tras las heridas siguiera lamiendo donde no dolía, así que abrió las piernas, cerró los ojos y tocó el cielo con la punta de las pestañas.

viernes, 15 de febrero de 2019

Estocolmo



Vuelvo a levantarme para mirarme en el espejo, ‘ tranquila, no estás tan mal’, y sé que me estoy mintiendo de manera deliberada para intentar darme fuerza. Agacho la cabeza y me miro las uñas, tal vez demasiado cortas para el color burdeos, en realidad no sé por qué me las he pintado, odio llevar las uñas pintadas.

Me asomo a la ventana. En la calle la gente sigue coreando incongruencias, lemas aprendidos de memoria para hacer ruido y llamar la atención. Son tiempos convulsos en los que nadie quiere a nadie, solo hay patrias, naciones, nacionalismos, símbolos que defender atacando al prójimo. Nos utilizan y lo peor de todo es que lo sabemos.

Miro el reloj, las doce y doce, sonrío, siempre me gustaron las casualidades. Llevo en esta habitación de hotel desde anoche. No llevo maleta, no la necesito. Sigo esperando pero no llega. Se retrasa doce minutos. Vuelvo a mirar el reloj, trece.

Busco en el bolso mi teléfono móvil y compruebo que la batería está a punto de agotarse, lo pongo a cargar sobre la mesilla de noche. Podría llamarle, pero tenemos prohibidas las llamadas, tenemos la sensación de que los rusos nos han pinchado los teléfonos y pueden contar a alguien nuestro plan. Tiene miedo, miedo de ella, eso dice, pero en realidad sé que tiene miedo de mí… y de él.

Me descalzo y me tumbo en la cama. A lo lejos se escuchan sirenas, debe ser la policía, o tal vez una ambulancia gritando porque alguien que viaja en su interior está a punto de morir y no quiere que sea dentro de ella. Estamos llenos de cadáveres. Un corazón no puede soportar tantas muertes. Un solo cuerpo no puede resistir tanto renacer.

Hace calor, la blusa se me pega a la espalda, me quito la falda y me vuelvo a tumbar mirando al techo. Va a venir, lo sé, como sé que después de hoy nada volverá a ser como antes. Era inevitable, lo hemos intentado, pero estamos metidos en una espiral que solo nos lleva a un punto. Una vez estalle la espiral no sé a dónde iremos, pero sé que nada seguirá en su sitio, será un big bang que hará que todo se expanda.


Alguien abre la puerta, es él.