Cuando las cosas no marchan bien se ven
espejismos. Siempre he escuchado hablar de los espejismos del desierto, suele
ocurrirle a gente que está pasándolo mal debido al calor, tal vez llevan tiempo
sin beber agua o incluso tienen la sensación de estar perdidos entre tanta
duna, entonces frente a ellos aparece un gran lago de aguas frescas y
cristalinas que segundos después vuelve a tornarse arena. Julián estaba
empezando a ser mi espejismo. Nunca había tenido cosas en común con Alberto,
nuestros gustos musicales, cinematográficos, de ocio, en fin, casi cualquier
cosa en la que se puede o se debería coincidir, eran totalmente dispares y lo
que más me molestaba era que nunca daba su brazo a torcer. Ahora aparecía
Julián, como por arte de magia, con su talento, su música, sus pies descalzos,
la tarta de manzana, su sonrisa y tantas cosas interesantes que contar, que de
pronto todo a su alrededor se llenaba de luz y tenía la sensación de que era el
único camino por el que debía caminar. Una vez leí en un libro del que no recuerdo
el titulo, algo que era más o menos así: “a veces es necesario encontrar la luz
para darnos cuenta de que todo este tiempo hemos estado en oscuridad. Cuando
esto ocurre es momento de dejar las penumbras y lanzarnos a ver a dónde nos
lleva esa luz”.