domingo, 10 de julio de 2022

Móstoles

 

Entonces llegó, algo más tarde que los demás, cuando pensábamos que no haría acto de presencia, apareció con su camiseta negra, sus vaqueros desgastados y el pelo inútilmente peinado. Era guapo, no guapo como los chicos de las revistas, sino guapo sin querer, sin pretensiones, con una guapura que se le resbalaba entre los rizos, que se le escapaba por la comisura de los labios y le brillaba en los ojos con el color del mar.

Hablamos poco, pero nos mirábamos y reíamos como dos niños que acaban de descubrir su regalo bajo el árbol el día de Navidad. ̈No sabía si venir ̈, ̈Qué bien que hayas venido ̈. Creo que no lo dijimos con palabras, o tal vez sí. Y me alegré de estar allí, porque en ese momento Madrid ya no me parecía tan grande, ni tan vacío, ni tan anónimo. Después se marchó, con dos besos y un ̈nos veremos ̈. Claro que nos veremos.

Entonces estalló la primera guerra nupcial, con bombardeos pero sin muertes. Yo creaba trincheras de palabras, buscaba aliados en territorio extranjero, pero el asedio era continuo y pedí asilo, solo por un par de noches, asi que prácticamente con lo puesto me fui a Madrid. Apenas habían pasado unos meses desde que nos habíamos visto, pero haber puesto cara a nuestras palabras, a tanto verso leído, dio significado a todo lo que ya conocíamos el uno del otro. ̈Necesito salir de aquí ̈, ̈vente a mi casa, hay sitio para una más ̈. Y eso hice.

La primera noche la pasé en un piso circense de Lavapiés, debía una visita a un buen amigo que necesitaba encontrar el norte, o más bien el sur, y demasiado a menudo lo buscaba detrás de unas rayas blancas que tras elevarlo a los cielos lo terminaban lanzando a la sima más oscura y profunda. Después una noche psicodélica llegó una mañana fría, gris y lluviosa. Recogí mi mochila y me despedí como se despide una madre cuando deja en casa a su familia para ir al mercado.

Sentía ganas de llorar, de ponerme una nariz de payaso y tocar una 'Balada triste de trompeta'. Entonces le llamé. ̈Coge el cercanías y ven, te espero en la estación". El tren llegó a Móstoles, y como había prometido me esperaba, con un paraguas para resguardarme de la lluvia, con una caja de tiritas para intentar remendar mis heridas, que no eran pocas, que no eran chicas.

Llegamos a su habitación que era su casa, ̈Cámbiate de ropa si quieres, tienes los camales del pantalón chorreando y en Madrid el frío no perdona. ¿Necesitas unos pantalones? Tengo un chandal por aquí que ... ̈

 Cenamos pizza, una de esas que saben a chicle desgastado, y bebimos Larios con sweeps de limón y después solo Larios. Fumamos una china que me había traído del piso circense, yo no fumo, pero ese día hice una excepción porque me contó un secreto, uno que no he olvidado ni olvidaré en la vida "A veces fumo para no soñar". Y yo no quería soñar, no al menos los sueños que tenía los últimos meses, asi que fumamos mientras escuchábamos a Ivan Ferreiro. Y lloramos. Porque éramos dos barcos a la deriva en un mar de m*erda. Yo lloraba por sus penas y él por las mías. Deseaba salvarlo, pero no teníamos isla donde naufragar, no había puerto visible, ni faro. Así que nos abrazamos, y nos besamos, en un boca a boca que nos daba oxigeno y nos mantenía vivos. "Duerme conmigo esta noche, mi cama es pequeña pero creo que podemos intentarlo. No quiero dormir solo ". Y yo quería dormir con él. Hicimos el amor, o tal vez no, pero el amor se hizo en esa cama, y tejió remiendos en nuestros corazones mientras dormíamos, porque al amanecer se despidió de mí, una vez para siempre, y me besó en los labios como solo se besa cuando no hay nada que prometer.

                                                                                                                         a  John Ash 

                                                                                                                   ... te lo debía hace siglos

sábado, 29 de enero de 2022

San Petersburgo

                “ No sé por qué sigo escribiendo esta canción

                  pero me sangra el corazón cuando lo hurgo “

                                                     ~ Leningrado~

                                                            Joaquin Sabina 



¿Nunca te ha ocurrido que no sabes como comenzar un poema?

Pero siempre está la palabra cosquilleando en la punta de los dedos 

y tu nombre, que se repite como un mantra

aferrado al mechón de pelo que escondo tras mi oreja ,

ahí, en ese precioso lugar donde guardo también tu beso.


Y vuelvo al mes de Julio de un verano cualquiera

y pienso que no existió más poesía que nosotros  

ni más muertes que tu ausencia.

El verano mata a los poetas 

pero a mi me mató el vértigo 

y solté tu mano, 

esa con la que me acariciabas los Lunes.


Hace tiempo que intento olvidar tu deuda 

pero el calendario es traicionero,

cada doce meses llega Julio y huele a mar,

a playa del sur con vistas al oeste 

y vuelvo a echarte de menos,

a pensar en las promesas que nunca me hiciste 

porque sabías que no las podrías cumplir.

viernes, 28 de enero de 2022

Algeciras II

 

 

-        Un vino blanco bien frío y un pincho de tortilla, por favor.

Un gato rubio merodeaba bajo las mesas de la terraza husmeando con interés cada pedazo de pan o de resto de comida que se encontraba. De pronto, como si hubiese sentido que le estaba observando, alzó la cabeza, me miró y comenzó a acercarse lentamente hasta que se sentó a pocos centímetros de mi pierna. En silencio agradecí su compañía.

Para ser Agosto no se veía mucho movimiento de turistas, pensé que podía deberse al calor mortal que azotaba a esas horas. Una señora con aspecto de bogavante hervido se daba aire con un abanico souvenir de Sevilla sentada a la sobra de una cornisa, justo al otro lado de la calle un señor que debía tener casi cien años esperaba paciente a que su perrito de idéntica edad hiciese sus necesidades junto a un árbol, un hombre y un niño caminaban de la mano , habían ido a comprar el pan, o eso parecía a juzgar por las dos barras que llevaban. El niño debía tener unos tres años, lucía unas piernas cortitas y regordetas doradas por el sol. El pequeño, como si hubiese intuido que le observaba se volvió y me miró, tenía una cara tan simpática que levanté la mano y le saludé, saludo que no tardó en responder con una gran sonrisa, agitando su manita vivaracha y alegre. El padre viendo la reacción del niño se volvió un instante intentando descubrir sin éxito el motivo de su alegría, en ese momento todo se detuvo a mi alrededor, la señora bogavante dejó de mover el abanico, el perro se quedó inmóvil olisqueando el reseco tronco del árbol, mi copa de vino blanco se detuvo en el aire entre la mesa y el suelo, porque era él, ÉL.

Cuando volví a la pensión comencé a hacer la maleta mientras profería en voz baja una sarta de insultos dedicados única y exclusivamente a mi persona, "idiota, ilusa, inútil,..." y algún que otro descalificativo comenzado por 'i'. Mi primera excursión e incursión a su mundo habían dejado totalmente al descubierto las pocas probabilidades de que mi plan, obviamente ausente, llegase a buen puerto. Solo sabía que había ido hasta allí para buscarle y ahora que lo había encontrado no fui capaz de articular palabra. Así que lo mejor era recoger mis cosas y marcharme. Podría ir a Estepona a visitar a mi querida Ana o a Nerja y lanzarme al mar desde el Balcón de Europa cual Alfonsina, todo menos seguir allí esperando que ocurriese algo que ni siquiera sabía si quería que realmente ocurriese.

Dos horas después seguía sentada en la cama con la cabeza hundida entre mis rodillas, junto a la maleta cerrada. Todavía no había bajado a recepción para avisar de que me marchaba, "Quién no tiene valor para marcharse, quién prefiere quedarse y aguantar, marcharse y aguantar" cantaba Iván Ferreiro a través del altavoz de mi teléfono móvil sonando en la playlist para flagelarse, que había confeccionado hacía tiempo.

Decidí quedarme, solo un día más, uno más. Fue el miedo el que me hizo alejarme de él una vez y ahora que había llegado hasta allí no iba a permitir que el miedo nos volviese a romper como a un barquito de papel sobre un charco de lluvia. Había soñado muchas veces con volver a esa bahía, me lo debía, se lo debía.