miércoles, 22 de septiembre de 2010

A mis veintinueve

A mis veintinueve años más una semana veo las cosas distintas que a mis veintinueve años menos una semana. No es que de repente me haya dado cuenta de que las copas de los árboles son azules cuando siempre pensé que eran verdes, no, no es eso, es un modo diferente de percibir las cosas.


¿Será que me estoy haciendo adulta? O tal vez sea todo lo contrario, que mientras mis miembros van madurando mi mente todavía sigue en edad pueril. Porque si de algo me he dado cuenta es que la adolescencia no es solo caras con granos, hormonas revueltas y ganas de practicar sexo hasta con las moscas.

El domingo me invitaron a un helado. Era un cucurucho de esos gigantes en los que te falta lengua y sobran goterones y chorretones para mancharte, de hecho, por más empeño que puse no pude evitar que una gota de helado de avellanas se estrellase contra mis converse violeta (que no son converse sino marca blanca como en mercadona). No sentí rabia, ni enfado, tal vez un poco ridícula por no saber controlar un simple helado, de dos super bolas, permíteme recalcar.

Pues el caso es que frente a mí en otra de las mesas había sentada una mujer. No supe calcular su edad, pero debía oscilar entre los treinta y siete y los cuarenta y cuatro. Estaba sentada sola, con cara de ilusión y un helado tan grande como el mío. Había algo en ella que me hacía sentir bien. Pronto me di cuenta de qué era. Llevaba trenzas. Una a cada lado, como llevan las niñas de cinco años… ¡y le quedaban tan bien! He de decir que no era precisamente un bellezón de mujer, pero sus ojos, su rostro desprendían luz. Entonces recordé que una vez le dije a quien fue mi pareja que el día que no tuviese edad para llevar trenzas me lo dijese, pero cuando vi a aquella mujer comprendí que no hay edad para dejar de llevarlas, que tampoco la hay para dejar de lamer helados, ni para dejar de sentarse en el suelo o hacer castillitos de arena a la orilla del mar, que la vida no se mide en años vividos sino en sueños que quedan por cumplir. Y envidié la ilusión de aquella mujer, la admiré y me sentí agradecida en ese momento por haberme cruzado con ella.

Lo bueno de ir cumpliendo años es que hay cosas que las percibes de un modo diferente, como con más claridad, o comprensión o como quieras llamarlo.

Y es que la vida viene a ser algo así como una película alemana en versión original y poco a poco los años le van poniendo subtítulos.

2 comentarios:

Desconcierto dijo...

por lo que te he seguido en este tiempo, podrías lleavr coletas siempre.

Qué bonita historia L.A.

un beso

p.d. felicidades por tus 29...

ah, el miércoles pasé muy cerquita de ti...pero no pude pasar.

Genética Inexacta dijo...

No pasa nada madrileño, te sentí cerca aunque no me llamases. Pero para la próxima dame un toque que tenemos un café pendiente.

Besos grandes y un abrazo gigaaaaaaaaaaaaaante.