miércoles, 24 de junio de 2009

Mi cigüeña estaba borracha (II)

Un día nos dijeron en el cole que dibujásemos a la familia, hice un dibujo muy bonito, pinté a mis padres y a mí, yo sostenía una flor y ellos llevaban una botella cada uno. Tanto le gustó a mi madre que lloró cuando lo vio y lo pegó en la nevera, dijo que le iba a servir de “recuerdatorio” o algo así, yo no sabía qué era eso, solo sé que cada vez que lo miraba se ponía a llorar y soltaba lo que acababa de echarse en el vaso. La verdad es que duró poco tiempo el dibujo ahí, un día mientras lloraba llegó mi padre y lo arrancó, lo hizo una pelota y lo tiró a la basura, después vino hacia mí con la mano cerrada en un puño y me lo acercó a la cara. Me dio tanto miedo que me hice pis, que vergüenza.
Me gustaba ver como los padres de otros niños iban a buscarles al cole, a veces imaginaba que mi madre venía también a por mí, se lo dije y un día vino, es verdad que no era la madre más joven, ni la más guapa, pero era mi madre y a mí con eso me bastaba.
Cuando cumplí los seis años escribí una carta a la cigüeña, pero yo no estaba borracha y solo esperaba que cuando la recibiese ella tampoco lo estuviese, por eso la escribí un martes, porque los martes en mi casa nadie bebía. No sabía cuanto tiempo tardaban en llegar las cartas a París y en correos me preguntaron para qué quería enviar una carta tan lejos, cuando les dije que era para la cigüeña se rieron, pero yo sé que no era una burla, se reían porque a lo mejor pensaban que les pedía un niño, no les expliqué para qué era, me gusta tener mis secretos. La verdad es que a veces les pedía un hermanito a mis padres, pero después cuando les escuchaba discutir me arrepentía y deseaba que a la mañana siguiente ya no se acordasen de mi petición.
Se quedaron la carta allí y me prometieron que la enviarían. En ella le pedía a la cigüeña que volviese a por mí, yo sabía que mis padres me echarían de menos, sobre todo mi madre que cuando lloraba mucho se venía a mi cama.

Pero no quería seguir allí, por la noche me dolían los oídos, sobre todo los viernes que es cuando llegaban a casa con unas botellas de alcohol, y no el mismo que usaban los lunes para curarme las heridas que me hacían durante el fin de semana cuando perdían el equilibro cerca de mi y me daban una bofetada o un arañazo, sino el mismo alcohol con el que se escriben las cartas para pedir niños, el alcohol que sirve de combustible a las cigüeñas de Paris.

2 comentarios:

Espera a la primavera, B... dijo...

Los niños con su lenguaje de esperanza, con sus pocas herramientas para comprender el mundo y es donde el mundo encuentra su verdadero significado.
No sé de dónde sacas tanta tristeza ni de dónde te crece esa esperanza.

Besos.

Genética Inexacta dijo...

Cuando respiramos profundo podemos sentir dos cosas, el humo de los coches o pequeñas partículas de oxígeno que nos refrescan. Hay que convivir con ambas cosas y no tienen por qué llevarse mal, todo es cuestión de jugar a ser alquimistas.

Besotes Toni.