jueves, 25 de junio de 2009

Mi cigüeña estaba borracha (III)

Un día me dieron un golpe tan fuerte en la cabeza que me salió sangre, mi madre quería llevarme al médico, pero mi padre cerró la puerta con llave y nos dijo que no podíamos ir porque sino iba a pasar algo malo. Entonces mi madre y yo nos encerramos en la habitación y ella me prometió que nos iríamos lejos, las dos solas y que nunca nunca más me haría daño, porque me quería pero que cuando bebía se ponía un poco loca.
También le dije en la carta que comprendía que no pudiese venir a por mí, porque ya era muy grande y aunque estaba delgadita no podría sostenerme en el pico o al menos sin que se diese cuenta todo el barrio de que me iba de nuevo a Paris y encima sin despedirme, pero le dije, que en todo caso, me podía enviar un elefante o un camello, si no sabía de donde sacar uno se lo podía pedir a los reyes magos , que como ya hacía mas de tres años que no me traían nada no les importaría llevarme de vuelta y así hacerle un favor al pájaro.
Estuve tres días esperando en la ventana mirando al cielo, pero no vino nadie a por mí.
Algunas veces pensaba en decirle a mi madre lo de la carta por si se quería venir conmigo, pero cuando la veía mareada o vomitando sabía que había vuelto a romper su promesa de no beber más, así que me enfadaba con ella y me alegraba de no haberle contado nada. A mi padre no pensaba decírselo nunca. Yo veía a los niños con sus padres, cómo los padres miraban a sus hijos y pronto me di cuenta de que o mi padre no era mi padre de verdad o es que no me quería.
Pasaron muchos días, no sabría decir cuantos, pero en el cielo no volaban más que golondrinas y palomas, ni rastro de mi cigüeña. Había perdido las esperanzas.
Una noche mientras estaba en la cama se escuchó a alguien tocar a la puerta, mis padres vociferaban y alguien entró en mi dormitorio, un hombre grande y una mujer menuda con cara de buena encendieron la luz de mi habitación. El hombre me destapó y me tomó en brazos, tenía una enorme barba blanca. Le pregunté si conocía a la cigüeña y me dijo que sí, que ella le había entregado la carta y venía a por mí, entonces lo miré fijamente, respiré su aliento, olía a frutos secos y a beso de buenas noches y sonreí, papa Noel había venido a por mí para llevarme a Paris, definitivamente mi cigüeña era la mejor de todas.

2 comentarios:

Espera a la primavera, B... dijo...

Sigo pensando que tienes un don. Algo te empuja hacia ser muy, muy empática. Y eso, en parte, duele.

Un beso.

toni

Genética Inexacta dijo...

Duele, pero el dolor forma parte de la vida, la parte mas oscura quizá, pero necesaria.

Sabes por qué te has dado cuenta de mi empatía? Porque tú tambien tienes un saco lleno.

Un abrazo de viento para ti.