viernes, 19 de junio de 2009

Puta( V )

Estoy cansada de vivir, y morir tan despacio no tiene sentido. Sigue la fiebre. Hacía tiempo que no me miraba las rodillas, se me marcan los huesos. ¿Cuánto hace que no como? Me acerco al espejo y parezco una de esas chicas que vomitan porque se ven gordas aunque sean pellejo pegado en la piel. Están enfermas, como yo, todo es lo mismo, distinto bucle en la misma espiral, buscar la salida, la felicidad en las cosas equivocadas, tener el control de algo que al final termina descontrolándote a ti. La felicidad no es tener el control de todo, sino compartir lo poco que se tiene. Ahora es difícil ser feliz porque no tengo nada ni nadie con quien compartir.
Suena la puerta. No hay nadie, una olla y una nota. ¿De quién? Un cocido para mí de la casera, en la nota dice que me aproveche y no me acostumbre, pero noto simpatía en estas palabras. No pienso aceptar nunca más a su marido como cliente, que se busque a otra ese cerdo.
Miércoles. Ya no tengo fiebre, pero me cuesta respirar. El cocido me duró dos días, frío también estaba bueno y lo mejor es que no lo vomité a pesar del mono. Di las gracias a la casera, es buena mujer aunque nunca hablemos. Retomo las costumbres que me mantienen viva y vuelvo al Retiro. Llegan Gabriel y mi madre que de nuevo me ve, pero me sigo escondiendo, “la vergüenza mamá, sí la siento, la siento tanto…y tu dolor también”. Suelta la mano de Gabriel que sale corriendo hacia el tobogán, ella me mira y viene hacia mí. La miro a los ojos y es como encontrar mis propios ojos en un espejo. Me habla pausada, con arrugas en la frente, ¿serán los años o la preocupación? Una mezcla de todo. Me dice que estoy demasiado delgada, me pregunta si como, si necesito dinero o algo. Si supiese que el dinero no sirve para nada, que sin dinero el cuerpo sirve de chivo de expiación, su supiera que su hija es puta, si supiera que soy de todo menos hija, menos madre. Entonces miro a Gabriel que sigue jugando en los columpios y ella le llama con un grito que me asusta, no porque grite, sino porque le llama para que venga. Le veo sonreír un metro más abajo, justo a la altura de mi cintura y me rodea con sus brazos. “Me has llamado mamá y me siento más viva que nunca” tanto que lloro de alegría, no sabía que de alegría también se llora o si lo sabía y se me ha olvidado con el tiempo, “sí, porque cuando naciste también lo hice”. Me siento con él en el césped y echamos bizcocho a las ardillas. Mi madre me dice que vuelva a casa con ellos, que si quiero me puedo rehabilitar, que estando cerca de Gabriel todo es más fácil y yo le digo que con Gabriel todo es posible porque es un niño mágico. “Mañana iré a casa mamá, mañana vuelvo a casa”, y dice que vendrá a por mí, en cuanto salga el sol vendrá a buscarme a la pensión. Estoy tan feliz que se me olvida que llevo todo el día sin poder respirar.

2 comentarios:

Espera a la primavera, B... dijo...

Tengo mucho miedo. Las cosas que se dejan para mañana le dan demasiada ventaja al destino.

Genética Inexacta dijo...

En un comentario anterior me decías que tenías la sensación de que me conocías, esa misma sensación me dió a mi cuando descubrí tu blog y comencé a leerte.
Te lo podía haber dicho mañana, pero como bien dices... las cosas que se dejan para mañana... mejor hoy, no?