martes, 16 de junio de 2009

Sol - edades


No me gustan los relojes
ni el sonido que producen cada vez que matan un segundo,
es como escuchar agonizar las horas
y con ellas los días.

Todo se resta,
mengua hasta que desaparece.

Mirar atrás es de cobardes
por eso camino con la cabeza apoyada contra la pared
porque tengo miedo de todo
y siempre el ayer
me parece más violeta que el mañana.

Los buenos augurios se encuentran en los posos del café
pero yo bebo té;

se me rompen todos los espejo
y acumulo años de mala suerte;

tengo un gato negro, que ni siquiera es mío,
que se me cruza cada mañana;

derramo la sal
y me encanta esconderme bajo las escaleras.

Pero no importa nada de lo que escriba,
pues los relojes seguirán siendo asesinos a sueldo
mientras nos engañemos sumando semanas,
al final nosotros seremos las únicas victimas
de esos dos aliados que se aman;

podremos tomar café hasta volvernos hiperactivos
que los espejos seguirán quebrándose
en cachitos cada vez más pequeños,
y al final
ese gato negro que me observa desde lo alto de la mesa
será el único que me ronronee
cuando el miedo me haga volver la cabeza una vez más
y no queden más que soledades tras las puertas.

2 comentarios:

Espera a la primavera, B... dijo...

El gato es la esencia de la soledad. No pertenece a nadie, no pide a nadie que le pertenezca. Y sin embargo no le pidas que se acostumbre a la rutina, que deje de llevar su libertad como una bandera colgada del rabo enhiesto.
Sentirse solo es el precio que hay que pagar para saberse los propios rincones, silbarse las melodías inventadas. ¿Qué le vamos a hacer? No es tan feroz como la pintan (ni tan sola, ni triste, ni definitiva como una sentencia)

Genética Inexacta dijo...

Estoy de acuerdo contigo, la soledad no es tan fea, pero dependiendo de qué tipo, hay soledades que son muy muy tristes.