jueves, 23 de julio de 2009

Cifras (II)

Fue en la universidad, él estudiaba periodismo y yo filología inglesa. No solía juntarme mucho con los de esa materia, pero en los alrededores de la universidad coincidíamos todos y él era amigo de alguno de mis compañeros con los que solía almorzar, así que en más de una ocasión pasamos algún rato juntos. Para empezar no me caía bien, su forma de vestir me irritaba, siempre tan pulcro con sus polos blanco nuclear y sus vaqueros perfectamente planchados, llevaban hasta la raya marcada, su pelo de pijo reprimido peinado de lado con mucha gomina para que no se le notasen los rizos que a lo largo del día se desgobernaban irremediablemente y esos zapatos de piel marrón, ¡dios santo, marrón! ¿Quién lleva zapatos de ese color hoy día? Solo quienes son incapaces de salirse del tiesto, para quienes las normas están para cumplirlas, jamás estaría con alguien así. Y lo peor de todo era su carrera, ¿a qué aspiraba con una carrera así? ¿A vivir pegado a una silla frente un triste ordenador creando alguna columna para un periódico y soñando cada día con ser un redactor algo más importante? Penoso.
Jana me decía que no debía ser tan severa con él, se le veía un chico noble y cada uno tiene sus ambiciones en la vida, no por ello debía menosprecias las de los demás. Yo estaba convencida de que decía eso porque estaba coladita por él, no había más que mirarle la cara cuando Ramón hablaba, a veces hasta se le abría la boca y no podía más que contemplarla esperando verle caer la baba de un momento a otro.
Un día surgió un tema algo polémico, la guerra de Irak. Todos coincidíamos en que el móvil de todo era el petróleo, pero que por culpa del amor al dinero se habían segado muchas vidas y seguía muriendo gente. Ramón dijo que le encantaría poder hacer algo por el bien de los damnificados, habían quedado cientos de familia deshechas, gentes sin casa y a nadie parecía importarle, aquí solo nos llegaba una ínfima parte de la información y nada de lo que se nos contaba tenía nombre propio, solo se hablaba de cifras, de victimas, pero así no se alcanza el corazón de la gente y mucho menos de los políticos quienes parecen tenerlo de acero reforzado.
Le miraba atenta mientras lo contaba y me indignaba, a él tampoco parecía afectarle mucho, después de todo parecía estar en buena posición económica y social, le bastaba con extender la mano para que papá y mamá le diesen las llaves de un coche, las de un piso o las de un apartamento en Torrevieja. No me pude callar.
-Pues ya me dirás tú a mí qué piensas hacer desde la oficina de un periódico o en la redacción de un canal de televisión. Si te vas a limitar a engominarte los rizos cada mañana y en ir a comprar camisas cada vez que una de esas empiece a amarillear, Irak puede seguir esperando. No creas que eso que planteas es fácil, conlleva un riesgo y el precio puede ser muy alto, y no me estoy refiriendo al dinero que llena tus bolsillos, me refiero a la vida, puede costarte la vida.

Hubo un largo e incomodo silencio, sus ojos permanecieron clavados en los míos durante todo el tiempo que estuve hablando, por primera vez me di cuenta de que eran verdes. Inspiró profundamente como analizando todo lo que había dicho en un momento, la verdad es que cuando me altero hablo muy rápido y alto, a veces creo que grito demasiado. Jana me había estado dando codazos todo el tiempo en un vano intento de silenciarme, pero no me di cuenta hasta que lo hube soltado todo y me noté el brazo dolorido.
- Entiendo que te indigne que un pijo como yo diga esas cosas, pero permíteme aclararte que no tengo ninguna intención de permanecer con mi culo pegado a una silla mientras haya grandes historias que contar ahí fuera. Si estoy estudiando periodismo es porque quiero ser corresponsal en algún país en guerra y una vez allí mezclarme con los ciudadanos, saber cómo viven, cómo sufren en sus carnes las consecuencias de tal situación, conocerles como personas, sus costumbres, sus necesidades, sus miedos y sueños. No quiero ser un simple periodista Marta, quiero ser escritor.

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