martes, 21 de julio de 2009

Cifras(I)

Tendría aproximadamente unos ocho años cuando la profesora de ética nos tendió un folio sobre el pupitre a cada uno de los niños que componíamos la clase. Nos pidió que hiciésemos una redacción sobre cómo imaginábamos el día de nuestra boda, yo sonreí, no pensaba casarme nunca.

Me desperté después de haber dormido plácidamente durante toda la noche, estiré los brazos y las piernas a la vez, en una ocasión escuché que si te estirabas mucho por las mañanas crecías más y yo, en mi empeño por seguir creciendo, continuaba estirándome con todas mis ganas en un vano intento de alcanzar unos centímetros aunque ya hacía mucho tiempo que dejé la edad del crecimiento.
Miré a mi alrededor y contemplé con nostalgia los vestigios de una infancia, las muñecas descansaban en las estanterías como si nunca hubiesen sido tocadas, sus vestidos permanecían pulcros, siempre fui muy cuidadosa con mis cosas, por eso se conservaban tan bien. En la plancha de corcho, entre fotos de varias épocas se dejaba entrever un dibujo que hice cuando todavía estaba en el parvulario seguramente fue uno de los primeros dibujos que hice estando en el colegio, a la vista estaba que nunca fui dada a las bellas artes. Clavada con una chincheta se distinguía una foto de más o menos la época del dibujo, mi madre se empeñaba en ponerme vestidos con enormes cuellos que se volteaban con el viento y me tapaban los ojos, cuando lo que más me gustaba eran los pantalones y para colmo de males me hacía dos tirantes coletas, una a cada lado de la cabeza que, a mi parecer, me daban un ridículo aspecto, al menos en aquel tiempo me lo parecía y cuando llegaba la noche era un suplicio quitar las apretadas gomas que siempre me arrancaban algún que otro cabello y me dejaba un terrible dolor en el cuero cabelludo ¿Quién dijo que ser pequeño fuera fácil?
Se entreabrió la puerta de mi cuarto y apareció una cara curiosa, mi hermano Sergio. Con eso de que era el mayor siempre se creyó con el derecho de husmear en todos los rincones de mi dormitorio, de mi cartera, de mi vida, pero me encantaba por más que fingiese enfado en muchísimas ocasiones, después de todo, el deber de todo hermano mayor es velar por el bien de los pequeños y él tomó siempre al pie de la letra su deber de custodio.
-¿Qué hay hermanita, has dormido bien o los nervios te han estado torturando toda la noche?
- A ver nene, sabes que soy impasible, no hay nada en este mundo que me quite el sueño, ni mi propia boda. Y por cierto, a partir de mañana se acabó eso de llamarme hermanita, creo que con 27 años y casada va siendo hora de que me llames hermana.
-Anda, no digas más tonterías que tu siempre serás mi hermanita pequeña.- dijo mientras me frotaba la cabeza con el puño.
-¡Ay para! Mira que eres bruto Sergio. Déjame que me voy a la ducha.
-Pobre Ramón, se casa contigo porque no te conoce, espera que te vea transformada en Terminator verás que pronto sale corriendo. ¡Rancia!
-¡Olvídame!- grité desde el aseo.
La verdad es que algo nerviosa sí que estaba, ya solo quedaba un día para mi boda. Cuando me propuso que nos casáramos lo acepté con mucha ilusión, después de todo, una cosa era el compromiso y otra era el día de la boda que parecía muy lejano. Cuando lo conocí ni se me hubiese pasado por la mente que algún día llegaría a estar casada con él.

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