martes, 28 de julio de 2009

Cifras (IV)

No nos costó mucho esfuerzo encontrar trabajo, en Madrid hay muchas academias de ingles y Ramón continuó durante un par de años en el periódico mientras enviaba curriculums a las cadenas de televisión ofreciéndose como corresponsal subrayando que no le importaba el destino. A veces me daba miedo pensar en los riesgos que podía correr, ya habían muerto varios periodistas mientras estaban países en guerra, los atentados seguían sucediéndose en un lugar y otro, y ya no solo pensaba en guerras, también me daba miedo los países de Sudamérica o islas del caribe, con los fuertes huracanes y terremotos, pero no le decía nada a él, yo sabía que era su mayor ilusión y no era quién para robársela o empañarla con mis temores. Un día recibió una carta del una cadena internacional, necesitaban un colaborador de corresponsal en la frontera de Gaza. Ramón estaba emocionado, al fin su sueño iba a cumplirse, dejaría la silla, el ordenador, las frías cifras y meras palabras y por fin trabajaría con gente de verdad. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, casi a diario se podía ver en la televisión alguna desagradable noticia de aquel país, los atentados eran semanales, las muertes diarias, sentí ganas de llorar, de agarrarme a su pierna como una niña pequeña y rogarle que no fuese, pero no podía, no tenía ningún derecho a hacerlo, él no lo hizo cuando me dieron la beca y pasamos un año separados, de todos modos él a penas pasaría unos tres meses, ese era mi consuelo.
Nunca había prestado más atención al telediario como en aquellos tres meses, veía todas las ediciones, desde la de las siete de la mañana hasta la de las doce de la noche incluso a veces veía los avances informativos de otras cadenas. Mi padre estaba preocupado por mí pues en cuanto salía alguna noticia de Gaza o de Israel, dejaba de comer y no volvía a retomar el plato, solía terminar llorando sobre la cama. Mi hermano Sergio aparecía a la media hora con un vaso de leche con cacao.

-Si no lo matan allí le voy a partir la cabeza cuando vuelva, ¡hay que ver lo preocupada que te tiene el pijo engominado ese! Venga, tómate la leche que cuando vuelva no te va a conocer de lo delgadita que te estás quedando.
- Vaya ánimos me das, idiota.
-Me apena verte así Marta, verás como vuelve pronto, sano y salvo, ¿quién lo va querer allí? El día menos pensado lo recibes en casa, con un sello de urgente pegado en la frente, jajaja.
-Que tonto eres, la verdad es que dar ánimo y consuelo no es lo tuyo.
-Bueno, tampoco se me da tan mal, mírate, te estás riendo.

Cuando volvió una cosa nos quedó clara, queríamos pasar el máximo tiempo juntos. No dejaba de contarme lo calamitoso de aquella zona, la de gente que vivía en los campos de refugiados que no eran más que perreras humanas en las que faltaba agua, comida y sobraba miseria. Conoció a una niña que había quedado huérfana y cuidaba de su hermano de apenas dos años, nadie se ofreció a ayudarla en el tiempo que estuvo allí, cada uno lucha por sobrevivir y no se preocupa de los demás, era doloroso ver como el espíritu de supervivencia se limitaba a ser de los primeros en las colas de la comida y mantener el vaso lo mas lleno de agua posible.
Fue impactante verle llegar al aeropuerto, esperaba encontrarlo como siempre, excesivamente limpio, repeinado y con sus horribles zapatos marrones, sin embargo cuando lo vi aparecer por el pasillo de desembarque era como si no fuese el mismo, sus cabellos estaban rizados y mucho más largos, por lo visto en esos tres meses no se los había cortado, casi se le metían en los ojos, había cambiado su polo blanco por una camisa color caqui y sus vaqueros por unos pantalones de lino, su tez estaba mucho más morena y curtida por la intemperie y el duro sol que atiza la zona y ni rastro de sus zapatos marrones, en su lugar calzaba unas sandalias grises. Era como si en vez de tres meses hubiese pasado allí tres años, estaba mucho más maduro en todos los sentidos, me encantaba tenerle de nuevo junto a mí.

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